“Otro mundo no solo es posible, está en camino.
En un día tranquilo, puedo escuchar su respiración”
-Arundhati Roy

Desde que el ser humano comenzó a generar impacto sobre nuestro ecosistema mayor, La Tierra, la era geológica del Holoceno ha pasado a la del Antropoceno. Así como hace unos 10.000 a 11.500 años el ser humano comenzó un proceso de pasar de ser cazadores recolectores a agricultores, a propósito del término de un período de glaciación que elevó el nivel del mar en unos 30 metros permitiendo al ser humano habitar zonas antes inexploradas. Algunos comparten el comienzo del Antropoceno con el desarrollo de las primeras embarcaciones en Portugal cerca del año 1385, otros con la revolución industrial, otros con la pérdida de biodiversidad, otros con el desarrollo de los isótopos radiactivos de la década del 40 y 50, gesto que modificó el devenir del comportamiento humano…. En fin, lo cierto es que hay mucha evidencia respecto al comienzo de una era egocéntrica donde hemos jugado con los límites de nuestro nicho como especie y el momento actual requiere de una modificación profunda de los modelos mentales y paradigmas que nos han llevado hasta este punto crucial. Esta modificación dentro de la crisis de percepción que tenemos, nos hace reflexionar respecto del cambio necesario y emergente en el que estamos.

Desde una sociedad de crecimiento industrial hacia una sociedad que sostenga la vida, como diría Joanna Macy; desde un entendimiento del ego disociado del eco hacia una integración del ego y eco o la integración de la mente, cuerpo y biósfera, como propone Ken Wilber; desde una mirada cartesiana hacia una mirada ecológica que nos integra horizontalmente con todos los seres vivos, como plantea Fritjof Capra; de un mundo creado por el privilegio a un mundo creado por la comunidad, como sugiere Paul Hawken; desde un paradigma mecanicista hacia un paradigma holístico como evoca Morris Berman; desde un sistema basado en el Ego hacia un sistema basado en el Eco, como lo expresa Otto Scharmer; de la dominación a la colaboración, como lo comparte David Korten. Así lo describen filósofos, físicos, economistas, sociólogos y tantos otros que se me escapan. Korten acuñó el concepto del Gran Cambio, que lo hemos tomado varios como emblema de éste cambio de época, empatizando profundamente en la escencia y el alcance del mismo. Esta es la naturaleza del cambio que estamos experimentando: paradigmas que emergen y paradigmas que se disuelven permanentemente.

De todos los paradigmas que van dejando obsoletos a los anteriores, el presente Gran Cambio es meta paradigmático, para representar el tamaño y profundidad de éste. Estamos en una transición para ver si logramos generar un habitar sostenible en el tiempo y regenerar el daño multidimensional que hemos producido como especie a nuestro ecosistema mayor. Es el desafío más grande que la civilización humana haya experimentado, dado que toda especie sobrevive en un nicho y por primera vez hay cierto acuerdo de que ese nicho es el planeta en su totalidad. Entonces, dado que hemos sobrepasado los límites y sobrecargado los ciclos que sostienen la vida compleja sobre nuestro nicho, que tipo de consciencia eso requiere? Qué tipo de comportamiento y compromiso debemos desarrollar? Cuáles son los modelos mentales desde los cuales debemos operar?

Los desafíos humanos pasan de desde dónde nos movemos para escuchar y decir lo que decimos, comprendiendo el poder de las palabras… desde la apertura a la vulnerabilidad, hasta la cocreación de un nuevo sistema económico y político que sostenga las bases de todo lo que está entremedio de estos haceres. Aunque quizás el mayor de los desafíos sea despertar de este agónico umbral de una crisis terminal para el ser humano, producto de unos 5.500 años de herencia de jerarquías, supresión de lo femenino, racismo, violencia, depredación y sobrecarga ambiental, injusticia económica y desconexión con nuestras raíces… y con nuestra naturaleza; poco más de 150 años de consumo y sobreconsumo de combustibles fósiles, degradación de suelos, profundización de lo individual, acumulación desmedida; poco más de medio siglo desde que transformamos una teoría económica en una doctrina lo que nos impide reflexionar sobre sus fundamentos.

“Si nos entregáramos a la inteligencia de la Tierra,
podríamos crecer enraizados, como los árboles”
-Rainer Maria Rilke

Desde que los astronautas del Apolo 8 en su camino hacia la luna se tomaron el tiempo de dar vuelta la cámara y mirar la Tierra desde el espacio por primera vez, una nueva percepción del mundo se profundizó en nuestra especie. El overview effect o efecto panorámico fue clave en el entendimiento de que viajamos a través del espacio en una nave que llamamos Tierra, donde se encuentran todos los que hemos amado en nuestras vidas, donde han vivido todos los que conocemos y de los que nos han hablado. La Hipótesis Gaia, del planeta viviente, adquiere nuevas dimensiones con este hecho y con las observaciones de una atmósfera muy delgada y vulnerable que se autorregula.

Cada día tenemos más evidencia de que los límites que nuestro planeta es capaz de soportar, se han sobrepasado. Y no solo se han sobrepasado a nivel medio ambiental, sino que a nivel social y a nivel personal también. Estamos actualmente en un estado de sobrecarga confirmado y en aumento. Hay bastante acuerdo en que tres de las causas más relevantes tienen que ver con una profunda desconexión en esas tres dimensiones: la desconexión con el mundo natural, la desconexión social o con el otro y la desconexión personal o del ser. Estas desconexiones tienen que ver con una crisis de percepción, de la manera como vemos el mundo, de los modelos mentales limitantes que hemos sobre desarrollado y que hemos transformado en creencias esenciales.

Estas creencias esenciales construyen un efecto de resultados colectivos que nadie quiere: cambio climático, aumento en la acidificación de los océanos, degradación del suelo, desertificación, guerras interminables, esclavitud, inequidad y un largo etcétera. Estas creencias se basan en una ilusión: la de que estamos separados; separados de la naturaleza, separados del otro y separados de nosotros mismos.

Los sistemas vivos crecen hasta un punto y luego se desarrollan. Un árbol no crece infinitamente. Un ecosistema tampoco, ningún sistema vivo lo hace en estado de salud. No se puede crecer infinitamente en un planeta finito. Es más, como diría Humberto Maturana: “todo proceso que se repite indefinidamente, tiende a ser catastrófico”, el crecimiento infinito en un planeta finito lo es. La economía insiste en subsidiar las externalidades a través de las futuras generaciones, los marginados y la naturaleza. La separación es una ilusión. La innovación debe comenzar ahí: desde el entendimiento de la profunda interconexión e interdependencia de todo fenómeno. El bienestar del planeta es una condición fundamental para el bienestar de cualquiera de los miembros de la comunidad planetaria. Hemos pensado por mucho tiempo que el suelo puede alimentarnos sin que, a su vez, lo alimentemos de acuerdo con sus propios principios y procesos orgánicos y sus propios ritmos de renovación.

En un mundo con volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad en aumento, el principio de la no separación, el principio de la reciprocidad y el principio del ritmo pueden ser un hilo conductor para el Gran Desenredo que nos toca experimentar como especie si pretendemos que las futuras generaciones disfruten de esta nave en que recorremos el universo.

“Otro mundo no solo es posible, está en camino.
En un día tranquilo, puedo escuchar su respiración”
-Arundhati Roy

Ronald Sistek
@sistek.ronald

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